Sahún, 13-09-2102
Hoy, mis niñas y niños me han vuelto a recordar algo que es esencial y que a las personas adultas se nos suele olvidar. Cuando estamos mal, cuando nos enfadamos, cuando estamos tristes,… arrastramos esas emociones allá donde vamos y nos cuesta dejarlas atrás y vivir el nuevo instante en el que nos encontramos de otra manera.
Hoy han comenzado unas obras pegadas a la escuela, así que, a media mañana, han empezado los martillazos, los taladros, los golpes,… oídos tapados, caras de enfado, no nos podíamos entender, salvo con gestos, genial, pero subía el nivel de nerviosismo y nos costaba centrarnos en lo que estábamos haciendo. Yo me sentía muy estresado al estar en una situación tan molesta, así que lo hemos hablado, hemos decidido centrarnos en las soluciones y que lo que mejor podíamos hacer, porque ya quedaba poco para el recreo, era salirnos a la plaza con las tizas grandes y hacer dibujos en el suelo y jugar al “avión“.
No han tenido ningún problema para dejar atrás los ruidos y los enfados y en un segundo ya eran caras alegres, niñas y niños disfrutando de sus juegos y de sus saltos a la pata coja, mirando porque número van y cuáles les faltan, de prestarse y compartir las tizas y los dibujos para dar rienda suelta a sus imágenes y a su mundo interior en ese suelo de asfalto que, gracias a su trabajo, hoy, ha quedado un poco más divertido.
Se han centrado en lo que estaban haciendo, sintiendo y viviendo el instante como si lo de antes no hubiera existido nunca, disolviéndose como un cubito de hielo al calor de su alegría, y hasta la persona que hacia los ruidos se ha dado cuenta y, muy amable, ha venido a pedirnos disculpas y a buscar una solución que, en el nuevo clima que se ha generado, hemos encontrado enseguida: los ruidos los hará por la tarde que no estamos.