Irene ha traído unos nidos que ha encontrado en un paseo y que el aire había tirado al suelo. Nos ha contado la historia de su hallazgo a toda la clase y sus compañeros han podido observar minuciosamente como estaban construido esos nidos. Ha servido de excusa para que apareciera un rico debate sobre los nidos, sobre sus propias experiencias con nidos, sobre aves, animales, respeto por la vida, animales que ponen huevos, …
En el pasillo hablamos con una compañera. -¿Tú les dejas traer cosas de casa?-. La pregunta me sirve de reflexión que comparto a continuación:
Los niños, de forma espontánea, traen cosas de su casa a clase. Esos pequeños objetos encierran parte de la vida de los pequeños. Algunos profesores prohíben esta práctica alegando que generan distracciones. En clase, fomentamos el que los chavales puedan traer lo que quieran de casa, intentando llenar el aula de vida, que el tiempo que están en la escuela tenga continuidad con el resto de su realidad cotidiana. Sólo hay que observar sus gestos de satisfacción cuando comparten sus juguetes, sus colecciones de cromos, sus libros, sus hallazgos en la calle, en el campo, entre las herramientas de sus padres,… Procuramos integrar, esos tesoros que aportan, en la dinámica de la clase y sacarle partido curricular y educativo. La motivación de quien aporta el objeto está asegurada y resulta bastante fácil captar la atención de los demás fijando los aprendizajes emocionalmente con las nuevas experiencias. Cuando esta práctica queda establecida como rutinaria en clase, el alumnado encuentra nuevas excusas para aportar “tesoros” al aprendizaje colectivo. Los temas escolares tienen continuidad en su vida extraescolar y van encontrando en sus domicilios “cosas” que tienen que ver con lo trabajado. No se conforman con aportar de su casa e involucran a otros vecinos en ese proceso de unir, casa, calle y escuela en la misma historia, así la pescadería, la frutería , la panadería, y otras tiendas del pueblo aportan regularmente “material didáctico”: pescados poco habituales, frutas y verduras exóticas, trigo, harinas, repostería, huesos, tabas,… Las propias personas de la localidad se convierten en ocasionales profesores: el equipo de abuelos del huerto, las madres que cuentan cuentos, profesionales voluntarios,… Conseguimos, al menos tres veces en el curso, abrir la escuela al pueblo y convertir los locales escolares en lugar de encuentro de toda la comunidad. En otras ocasiones, se invierte el proceso y se traslada el aula a otros escenarios: coger maíz, olivas, almendras, uvas,…comprar en las tiendas, visitar los talleres, los centros históricos. La educación necesita experiencias, por eso, nos corresponde como educadores, ponerles en contacto con un buen número de personas, de materiales, de actividades,… diferentes y no limitarnos a lo que tradicionalmente se ha entendido como escolar. Iremos más allá de las filas, los dictados, la ristra de cuentas, los cuadernos pautados,… los exámenes, las notas, el saber parcelado…
Sí, que traigan cosas de casa, que aporten su vida, que la familia, la sociedad y la escuela formen parte de la misma realidad ricamente conectada.
Repasando este escrito me he dado cuenta que había perdido una “p” a la hora de escribir “Que formen parte de la misma realidad…” Tal vez no ha sido casualidad, tal vez está bien que lo convirtamos en un arte. El arte de educar sin muros.