No me gustan los dictados. El dictado está ligado a la escuela, como las filas, los deberes, los libros de texto,… Parece que si no aparecen estos elementos no existe escuela y, en ocasiones, se cuestiona el propio aprendizaje. Estereotipos, prejuicios, convencionalismos,… que conviene poner el el punto de mira y analizar si responden a los objetivos que buscamos, ahora que conocemos un poco más del funcionamiento del aprendizaje.
Teníamos programada artística, ya estaba preparada la tarea plástica a desarrollar, un esqueleto articulado, que nos unía con el proyecto de salud y alimentación que estamos desarrollando. Hacía calor. Había nerviosismo, excitación. Tanta, que el ruido se hacía exagerado y los problemas entre el alumnado iban creciendo. No funcionando los mecanismos habituales pasamos al plan b, aprobado en asamblea. Primero avisamos, a través del moderador, que lo aplicaríamos si no bajaba el nivel de ruido y se respetaban las normas. Como, en un plazo prudencial, seguía el jaleo decidimos suspender la actividad y pasar a otra actividad individual y más sosegada: Haríamos dictado.
– No, dictado no-. Se oyó al unisono. Cuando se aprobó en asamblea, sin duda pensaron que nunca se cumpliría. Creo que las decisiones necesitan mantenerse de lo contrario pierden su eficacia. Un dictado se parece mucho a una trampa en la que, antes o después, cosecharemos un error o muchos errores en el alumnado, además de aburrirnos y ponernos en tensión hasta que nos duele la mano, a cambio de muy poco aprendizaje. Una tortura superflua y sin ninguna utilidad distinta de castigar un comportamiento inadecuado. -Dictado- Mantuve a pesar mío.
Decidí que, ya que íbamos a escribir al distado, buscaría una fórmula que tuviera sentido, así que les dicte una receta de cocina. Tal como iban descubriendo de que se trataba, el primer disgusto fue convirtiéndose en curiosidad y llegó, en muchos casos, al interés. -¿Nos lo podemos llevar a casa para hacerlo?- Y exagerando mi enfado -Ni hablar, los trabajos de clase se quedan en clase hasta que los encuadernamos y nos lo llevamos- Insistieron. -¡Por fa…!-. Al final, acepté la propuesta disimulando mi entusiasmo ante su interés.
Al rato, me llegó un mensaje al teléfono con una foto -Mira que bien nos han quedado los panecillos de la receta- Miguel había insistido con su madre, hasta conseguir hacer los panecillos. Hoy los ha traído a clase con un bote de Nocilla y los hemos repartido, por supuesto, hemos hecho las operaciones necesarias para que el reparto fuera proporcional y justo. -Esto es dividir- Decía entusiasmada Alejandra y se lo ha explicado a los demás. Ha habido panecillos para todos y hemos podido vivenciar, pensar, manipular, hablar, operar,… y comernos el resultado del proceso.